miércoles, 6 de enero de 2016

EL MAESTRO DE ESGRIMA

Pérez Reverte consiguió su consagración con esta extraordinaria narración que mezcla de forma impecable la novela histórica  con el suspense. Situada en la España revolucionaria de 1868, en vísperas del derrocamiento de Isabel II, ya en la misma el antiguo reportero de guerra mostraba un dominio de la técnica digna de un veterano, con un lenguaje pulcro y elaborado, una habilidad  notable para la descripción de entornos y un manejo de la intriga dignos de resaltar.


Pero al margen de su impecable construcción lo que destaca en ella son sus dos protagonistas principales: el viejo maestro de esgrima, Jaime de Astarloa, uno de los mejores personajes hayan salido de la pluma, me atrevería a decir que de cualquier escritor español contemporáneo. El veterano maestro de esgrima es un hombre digno, perteneciente a otra época, consciente que su presencia en el mundo es casi anacrónica, pero que aun así se niega a aceptar renuncia a los valores que ha seguido a través del arte que practica y enseña, un sistema de dirimir lances de honor propio de otro tiempo pero que mantiene su significación como distintivo de personas de calidad. En pocas ocasiones un lector tiene tanta empatía como con este viejo maestro que se ve implicado en una oscura red de mentiras y crímenes, de la que intenta salir airoso sin alterar sus viejos códigos de conducta. En su camino se cruza una misteriosa mujer, Adela de Otero, un muy elaborado ejemplo de femme-fatale, descrita con el aire de suspense que provoca un interés inmediato en la misma.

Ni si quiera las precisas descripciones de la lucha a esgrima suponen un elemento de distorsión, pese a su complejidad. Al contrario, el grado de detalle con la que son retratadas nos permiten comprender aun mejor la mentalidad de Jaime de Astarloa, y como el ejercicio de su arte marca de forma contundente su única personalidad. También son acertados los diálogos de personajes secundario que sobre todo sirven para poner en escena los avatares políticos del momento, esenciales en el apartado policiaco de la novela.

Un joya indiscutible de la literatura española de finales del siglo XX, que conoció de una acertada versión cinematográfica de la mano de Pedro Olea en 1992, con unos impecables Omero Antonutti y, sobre todo, Assumpta Serna en los papeles protagonistas.