Publicada en Argentina en
1951, puesto que la censura española impidió su inicial distribución en España,
se trató de la definitiva consagración de Camilo José Cela como la voz más
profunda del panorama literario español de la postguerra. Mucho se ha vertido
sobre ella, y nos han sido pocas las polémicas vertidas en torno a la novela
del gallego, considerada por algunos como una cumbre de la lengua castellana
contemporánea cuando para otros es un texto muy sobrevalorado y lleno de
carencias.
Cela se propuso retratar el
Madrid de la inmediata postguerra. Pero no a través de una historia con
protagonistas definidos, sino mediante la puesta en escena de una auténtica
“Colmena” de seres humanos, fundamentalmente de la clase media empobrecida que
sobrevivía cómo podía en los años del hambre y el atraso. Junto con el retrato
de esos seres en su mayoría desvalidos
desorientados, Cela trató de captar de forma veraz el lenguaje de esos
personajes imaginarios que sin embargo estaban teñidos de un áspero realismo.
“La Colmena” es una obra
compleja y sazonada de numerosos registros: es realista pero responde a un
peculiar universo personal del literato que utiliza un narrador omnisciente que
en ocasiones cede la palabra a los personajes de la novela y en otros realiza
descripciones precisas y juicios de valor del panorama que pretende
mostrar. En ella hay mucha crueldad y un
retrato atroz de la realidad cotidiana de aquellos años, pero, al mismo tiempo,
se pueden encontrar numerosas dosis de ternura, de mirada complaciente y
comprensiva a unos seres humanos que sufren una realidad durísima, en la que el
hambre está presente a diario, en la que los poderosos oprimen y explotan a los
débiles, en la que las mujeres jóvenes y de buen ver se ven en la tesitura de vender
sus favores para alimentarse o salvar a sus seres más cercanos, en la que la
pequeña burguesía emigrada de provincias ve frustrados sus sueños de juventud
o en la que las esperanzas de un futuro
mejor parecen ceder sin remisión ante la aspereza de lo cotidiano, pero no por
ello abandonan definitivamente en su empeño.
La novela tiene un lenguaje
claro, duro, teñido de un casticismo que ha dado lugar a no pocas criticas en
numerosos sectores que la han calificado además (no sin cierto fundamento) de
deslavazada y reiterativa en sus estilos y tonos. De alguna forma su pluralidad
de personajes hace que sobre ella se ciña el riesgo de la confusión,
aunque algunos de ellos (la señorita
Elvira, Martin Marco, doña Rosa la dueña del café……) son desarrollados de forma
más extensa, o al menos el autor muestra una especial simpatía. Otros han
señalado la clarísima influencia que sobre la misma ejerce el “Manhattan
Transfer” de John Dos Passos, publicada en 1925.
En cualquier caso, se trata
de una obra imprescindible para entender la literatura española del siglo XX, y
quizá clave en la obtención del Premio Nobel de Literatura por parte de Cela en
1989 y, por descontado, un libro que todos han de leer al menos para forjarse
una opinión sobre el mismo,
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