"No nos dábamos cuenta de que, con tiradas impresas cada vez más pequeñas
y cientos de nuevos medios digitales, con menos periodistas buscando exclusivas
y el impacto de las que publicábamos en caída libre, ya solo importábamos a un
pequeño grupo de la élite económica, política, burocrática, académica y
cultural de Madrid”.
El anterior es uno de los
muchos y variados párrafos que David Jiménez utiliza para describir el momento
actual del periodismo español y quizá internacional. Y lo hace en un libro titulado
“El director” en el que cuenta su más
bien frustrante experiencia en la dirección durante apenas un año de “El Mundo”, uno de los emblemas del
periodismo español de la España democrática. Este trabajo es uno de los
documentos escritos más importantes que han aparecido en el país en los últimos
años, y quizá una lectura obligatoria para cualquier persona interesada en
conocer la realidad auténtica de España.
Porque “El director” no trata sino de las cada vez más pervertidas
relaciones entre la prensa y el poder, político y económico o quizá, dicho de
forma más cruda, de la liquidación de la primera como mecanismo más o menos
fiable de transmisión de la realidad a los ciudadanos de un país. Jiménez
expone crudamente la miseria económica que atenaza a los grupos periodísticos,
otrora poderosos y de los que podía depender la supervivencia de un Gobiernos o
los políticos y que ahora apenas sobreviven como instrumentos todavía
importantes del sistema pero cada vez más atenazados por las exigencias de
servidumbre de sus financiadores públicos y privados que los mantienen, no como
fuente de ingresos, sino como mecanismos de influencia social y de satisfacción
de los deseos de sus lectores/oyentes, que no buscan en la prensa información
veraz sino confirmación de sus creencias ideológicas. Curiosamente los sistemas
democráticos modernos cada vez incentivan menos el debate pausado y el
intercambio constructivo de ideas, sino que fomentan sin cortapisa la
radicalización, los dogmas y la visión del contrario como enemigo a batir, si
no en el campo de batalla, si en el de las ideas.
Por las páginas de “El
director” se pueden apreciara realidades cotidianas que han transformado la
información moderna: la aparición de Internet que trajo consigo al auge de la
información digital, despreciada por la élite dirigente de los principales
diarios, pero que con el paso del tiempo ha dado lugar a una realidad
inexorable como es la caída en picado de la prensa escrita, devorada por la
inmediatez de la noticia que puede servirse en una edición digital, la
inexorable decadencia de algunas fórmulas de periodismo clásico otrora
influyentes como el columnismo o las tertulias, lastrados en el caso del
primero por la pérdida de sus referentes clásicos y la caducidad del interés
que mostraba la vertiente literaria del género y en el caso de las tertulias,
su absorción por el sectarismo más obsceno hasta el punto de estar pobladas por
meros comisarios de los partidos políticos y de haber adoptado las maneras del
periodismo rosa en cuanto a intercambio histérico de opiniones radicalizadas,
la posición de debilidad sin precedentes del gremio periodístico, expuesto como
nunca a las solicitudes de cese por parte de políticos y empresarios en función
de las informaciones que publican, poniendo el sangrante ejemplo de cómo el
presidente del Real Madrid influye en el nombramiento del director del diario
“Marca” bajo la amenaza de retirar la posibilidad de promocionar en el mismo
los productos de la marca del club; y en definitiva cómo la debilidad económica
de los grupos editoriales provocada por la caída de los ingresos en publicidad
derivada de los nuevos tiempos tecnológicos que permiten otorgarla sin
necesidad de realizar fuertes inversiones en ella, ha llevado a la prensa
española al colapso.
No faltará quien acuse al
autor de realizar un ajuste de cuentas derivado de una mala experiencia, y que
difícilmente podría ser tan ingenuo como para no saber en el momento que fue
propuesto para el cargo, con lo que se iba a encontrar. También pudiera discutirse
el que use seudónimos para referirse (y no precisamente para bien) a la mayor
parte de jefes y subordinados con los que tuvo que lidiar. En cualquier caso se
trata de un testimonio vital, vigoroso, escrito desde la sinceridad cuando no
el desgarro y que engancha al lector desde sus primeras páginas. Imprescindible