Sophie
Hannah ha asumido el riesgo de rescatar para la tinta impresa al
legendario Hércules Poirot, el excéntrico belga inmortalizado por la autora de
libros de misterio mas popular de todos los tiempos, Agatha Christie.
Sin lugar a
duda, ha habido autores policiacos de una calidad estilística muy superior a la
inglesa, pero ninguno de ellos ha emulado, ni de lejos, el talento de la misma
para el crimen imposible, las tramas elaboradas y los finales sorprendentes.
Para sus numerosos incondicionales sigue siendo la reina del misterio sin
parangón alguno. La permanente adaptación cinematográfica de sus historias ha
conseguido mantener viva la obra de la autora de “Asesinato en el Oriente
Express”.
Retomar su
obra puede ser una tarea asequible en la medida que el estilo es, por
descontado secundario. Hace falta saber tejer una trama con precisión
geométrica, que la acción avance a través de diálogos que aporten información
al lector y mantenerle en vilo ante la solución final que no conviene retrasar
mucho para no provocar aburrimiento. El desenlace, por descontado, debe de
sorprender y no ser previsto, materia en la que Agatha Christie nunca tuvo
rival posible: por muy inverosímil que pareciera la solución, siempre tenía una
asombrosa coherencia, aun con trucos y licencias mas o menos aceptables.
Todas esas
pruebas son superadas por Hannah con solvencia, aunque sin nota destacada. Su
historia entretiene, aunque nunca nos engancha irremediablemente. Se lee con
agrado y se olvida pronto. Como toda la obra de su ilustre predecesora. Y
Poirot sigue siendo tan brillante como desesperante por cursi