Vicente Blasco Ibáñez es un
autor fascinante, injustamente apartado del imaginario colectivo salvo en la
comunidad valenciana donde es un patrimonio de la región. Representante de un
realismo que lindaba con el naturalismo (era el Zola español) sus novelas de
entorno costumbrista son, a fecha de hoy, auténticas joyas necesitadas de
redescubrir, no sólo su legendario ciclo valenciano (Cañas y Barro, La Barraca, Arroz y Tartana…..) sino otras muchas
entre las que se encuentra El intruso. Tal
vez el éxito internacional de algunas de sus obras posteriores de menor calidad
( Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis,
Sangre y Arena) y su acentuada tendencia al melodrama impidieran un
mayor reconocimiento de sus méritos.
Narración centrada en el País
Vasco de finales del siglo XIX, en donde la nueva sociedad industrial derivada
de la extraordinaria expansión de los altos hornos de Vizcaya, marca el
comienzo de una conflictividad social inherente al propio desarrollo, Blasco
Ibáñez encuentra el entorno ideal para mostrar el contraste entre el
tradicionalismo católico ultramontano propio de las familias acomodadas de las
vascongadas, y las nuevas corrientes liberales que correspondían al final de la
centuria. Al mismo tiempo la pluma del escritor valenciano señala los peligros
del incipiente nacionalismo vasco, de aquellos a los que las doctrinas de
Sabino Arana empezaban a llevar por un camino desconocido y peligroso.
Como es habitual el enfoque
de Blasco no es precisamente imparcial: los tradicionalistas son mostrados con
trazos gruesos, casi grotescos con una intención crítica inequívoca, los
progresistas son personas honradas y bienintencionadas a los que una sociedad
cerril y anclada en sus creencias limitantes no les deja alcanzar la felicidad.
Si uno consigue abstraerse de los arquetipos tan acentuados del autor puede
disfrutar de una escritura impecable, elegante y con una asombrosa capacidad
para retratar con precisión ambientes propios de la época.
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