jueves, 18 de junio de 2015

EL PINTOR DE BATALLAS



Autor de resonante éxito comercial desde sus comienzos, Pérez Reverte es, por méritos propios, uno de los escritores españoles más decisivos de las últimas décadas. Su obra implica una brillante fusión de la comercialidad y la calidad literaria, tantas veces consideradas como incompatibles.
Si las primeras obras del otrora corresponsal de guerra suponían una innovadora vuelta de tuerca del best-seller de aventuras clásico completado con una narrativa sólida, tan perfecta en la forma como imaginativa, algunas de sus obras finales parecen mostrarnos un creador peligrosamente convencido de la calidad de su prosa, algo que en ocasiones puede bordear el peligro de la pedantería.

El Pintor de batallas” es su obra más profunda y seria. Probablemente la más aburrida o al menos la peor que yo le he leído. Y eso que su argumento es de aúpa: un antiguo fotógrafo retirado que con su cámara cubrió algunos de los conflictos más descarnados de la historia (indisimulado alter ego de Reverte), se aparta  de mundo pintando un enorme mural que recrea una batalla, cuando recibe la visita de un ex soldado que le acusa de haber provocado la muerte de su familia.
Tan interesante propuesta termina difuminada en una narración pretenciosa, que confunde lo elaborado con lo cursi, empeñada en mostrar los amplios conocimientos pictóricos del autor y un pesimismo existencial sobre la condición humana, que provoca mas el hastío que la honda reflexión que se supone que pretende. Unos diálogos inverosímiles así como una referencia a una historia de amor trágica aún menos creíble y en tono si cabe más engolado (y ya es difícil) terminan por rematar la faena.
Muy lejos, en definitiva, de esas joyas como “El Maestro de esgrima”; “La tabla de Flandes” o “El club Dumas

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